El Cardenal Sarah explica la relación entre misericordia y pecado con el evangelio

5 October 2015

Durante el Encuentro Mundial de las Familias en Philadelphia, el Cardenal Sarah ha concedido una entrevista al portal Aleteia. El Prefecto de la Congregación para el Culto Divino ha publicado recientemente el libro “Dios o nada”, traducido en varios idiomas, y en la entrevista comenta algunos de los temas tratados en ese volumen y en la conferencia impartida en Philadelphia, titulada La luz de la familia en un mundo oscuro, de los que destacamos ahora sus consideraciones sobre el pecado, la misericordia y la Sagrada Comunión.

En su ponencia había afirmado que “también los miembros de la Iglesia pueden tener la tentación de ablandar la enseñanza sobre el matrimonio y la familia” y la de “poner el Magisterio en una caja bonita y separarlo de la práctica pastoral”.

En la entrevista pone un ejemplo: “sobre el matrimonio algunos obispos dicen que cuando dos personas se han separado hemos de ver si podemos darles la Sagrada Comunión aunque hayan contraído un segundo matrimonio. Esto no es posible, porque Dios ha dicho que puede haber sólo un matrimonio. Si están separados, no pueden contraer un nuevo matrimonio. Si lo hacen, no pueden recibir la Comunión. Sin embargo ahora algunos están diciendo que se podría hacer “para ayudarles pastoralmente, para curarles”, pero no podemos curar a alguien sin curarlo de verdad, sin reconciliarlo con Dios. Si alguien ya ha contraído un nuevo matrimonio, es difícil curarle. No podemos abandonarle; podemos ciertamente acompañarle, diciendo “Deberías seguir rezando y yendo a Misa. Debes formar a tus hijos en la fe cristiana. Puedes participar en las actividades parroquiales y en el servicio de la caridad. Pero no puedes recibir la Comunión”. Y por esto digo que no podemos separar la doctrina de la práctica pastoral, afirmando que ofrecemos la curación, porque no se puede ser curado de este modo”.

Permitir la Comunión a los divorciados vueltos a casar no es un acto de misericordia, “porque la misericordia requiere el arrepentimiento. Si he hecho algo mal, me arrepiento. Si he hecho algo mal, para arrepentirme debo romper con el mal que he cometido. Esto es misericordia. Miremos al hijo pródigo. Se marcha de casa para decir “soy independiente, soy autónomo respecto a mi padre”. Su padre quiere perdonarle, pero si el hijo pródigo no vuelve a casa no puede ser perdonado. Para ser perdonado, debe renunciar a su vida y volver a casa. Esto es misericordia. Si se queda lejos de casa, no puede recibir la misericordia. Para recibir la misericordia es necesario romper con el pecado”.

El padre de la parábola no puede ir a estar allí donde se encuentra el hijo, “porque la casa es ésta, no un lugar allí afuera. El hijo debe regresar a casa. Si vuelve a casa, abandona su independencia, su pecado. En el Evangelio, el hijo torna a casa diciendo: “soy tu hijo, no soy digno, tómame como siervo”. Esto es arrepentimiento. Si no hay arrepentimiento, no hay misericordia”.

Seguidamente, glosa el episodio evangélico del encuentro de Jesús con Zaqueo, que recibe al Maestro en su casa, provocando la murmuración de la gente, y le dice: “Señor, doy la mitad de mis bienes a los pobres, y si he defraudado en algo a alguien le devuelvo cuatro veces más”. Y comenta el Cardenal Sarah: “Está arrepentido. Ya no robará más, y no solo eso: restituye lo que había robado. Esto es misericordia. Lo mismo vale para la samaritana. (…) Lo que ha hecho Zaqueo no ha sido insignificante. Solo los niños se suben a los árboles. Él se ha humillado subiendo al árbol; (…) ha subido al árbol de la Cruz, es decir al árbol que destruye el pecado (…) y Jesús ha ido a su casa para confirmar esto”.

Después relaciona este pasaje con la cuestión de la Comunión: “Si no dejamos detrás nuestro pecado, ¿cómo podemos recibir la Comunión? Dios y el pecado no pueden coexistir. No es rigidez. Es para llevar una verdadera curación. Debemos ayudar de verdad a las personas. Si alguno está herido, no basta ponerle un bálsamo sobre su mano. Hay que curarle”.

Y concluye: “Todos somos pecadores, pero vamos a confesarnos y no queremos permanecer en el pecado. Un matrimonio es algo instituido de modo firme. Si he contraído un segundo matrimonio de por vida, es un pecado instituido de modo firme, no puedo después afirmar que puedo recibir la Santa Comunión”.

Fuente: Entrevista completa en Aleteia.

La traducción de las frases citadas es nuestra

 

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